Cuando se declaró la pandemia del coronavirus (covid-19) y las autoridades de nuestro país implementaron la cuarentena obligatoria el 20 de marzo, la actividad del mercado inmobiliario rural se encontraba en niveles muy bajos. De los más bajos de los últimos años.
Son numerosas y conocidas las razones que explicaban esa situación. Incremento del nivel de retenciones a la soja, elevada presión impositiva, bajos precios de los granos, baja rentabilidad e incertidumbre económica son algunas de ellas.
Hasta el inicio de la cuarentena obligatoria la oferta de campos era mayor que la demanda y había una importante brecha entre los valores pretendidos por los propietarios y los que estaban dispuesto a pagar los compradores. Muchas veces esa diferencia era insalvable y hacía fracasar las negociaciones. Sobre todo si los campos no eran de buena calidad o se encontraban muy alejados de puerto. La tendencia era hacia la baja de los precios. Del orden del 5% al 20% y aún mayor dependiendo de la calidad de los campos y su ubicación.
Con el coronavirus, la cuarentena obligatoria y la crítica situación económica, el mercado inmobiliario rural directamente se paralizó. Además de la crisis sanitaria y de la caída de la actividad económica, no está permitido a los corredores inmobiliarios salir para revisar campos. Debemos quedarnos en casa.
En virtud de ello, no resulta exagerado decir que en la actualidad no hay mercado. Que el mismo se encuentra en modo pausa. El inversor posterga su decisión de compra de tierra. El vendedor no sabe dónde está parado ni cómo podrá evolucionar el mercado. Ambos tienen miedo a equivocarse. Probablemente esto siga así mientras dure la cuarentena obligatoria y la incertidumbre por la evolución de la pandemia y la situación económica nacional y mundial.
Sin embargo, la actividad agropecuaria sigue su curso. Los ciclos biológicos no se detienen más allá de la pandemia. Nos encontramos en plena zafra de la cosecha gruesa y también en época de destete y de alivianar los campos de cría.
Al campo le resulta muy difícil parar. Se asemeja a una bicicleta de piñón fijo. Si se deja de pedalear al final se termina cayendo. Las posibilidades de dejar un campo agrícola sin sembrar una campaña son casi nulas. Salvo que sea un campo muy marginal que pueda pasar a ganadería. El deterioro que sufriría ese campo y el avance de las malezas lo dejaría en muy malas condiciones para la campaña siguiente. Ponerlo luego en producción tendría un costo adicional importante.
Si bien el mercado de compraventa de campos se encuentra paralizado, no es el caso de los arrendamientos agrícolas y ganaderos. Estamos en el inicio de la época de renovación de contratos. Si bien se encuentra algo atrasada por la situación vigente, en general la tendencia es a renovarlos.
En cuando a los valores de los arrendamientos, la mayoría van a mantener los de la campaña 2019/2020 o algo hacia la baja. Los propietarios de buenos campos aspiran mantener los valores de la campaña anterior. Los de campos de menor potencial o alejados de los puertos, probablemente tengan que renegociar con alguna quita, ya sea en quintales o retrasando las fechas de pago. En el caso de los campos inferiores, algunos contratos que estaban en quintales fijos, para la campaña 2020/2021 deberán resignar posiciones y compartir riesgos, en algunos casos incorporando la figura de la aparcería.
Más allá de la difícil situación sanitaria y económica que nos toca vivir a los argentinos y al mundo, una vez más queda claro la sostenida demanda por alimentos. Para producir granos, carne y leche se requiere contar con tierras productivas. Es por ello que confiamos que una vez que se supere este duro trance y toda vaya volviendo a la normalidad, el mercado inmobiliario rural también tienda a reactivarse.
*Gentileza: García Astrada Inmobiliaria Rural.